lunes, 20 de septiembre de 2010

Práctica 2



Ahora ya no se compra como antes se estilaba. Cientos de barcas de fruta saturan algún rincón insospechado de nuestro hipermercado más cercano. Kilos y kilos de carne esperan amontonados dentro de cajas estériles de poliuretano o dentro de envoltorios de plástico que desbordan frías neveras en un pasillo de un súper de cuyo nombre no quiero acordarme. La gente vaga como almas en pena al son de una melodía repetitiva que varía el ritmo en función de la gente que haya y la prisa con la que quieren que marches. Carros metálicos abandonados esperan el inminente regreso de sus usuarios, que buscan desesperadamente la conserva en lata de esta o aquella marca. Las sombras se hacen tenues bajo luces de neón.



 
Sin embargo sigue habiendo hueco para que detrás del ayuntamiento haya cada día un ambiente especial. La gente recorre los pasillos examinando los productos con mirada experta. Las charlas son habituales así como las sonrisas desde dentro y desde fuera del mostrador. Hablan del tiempo, del fútbol , de lo que ha subido la ternera, de la nieta de la Conchi o de cualquier tema que sirva para entablar la relación que ha desaparecido en los estantes de los supermercados de franquicia y bajo coste. Este, diálogo hace patente que no son los productos lo único que ha sido congelado en los locales de gran superficie, sino también la relación con el cliente. Los bajos precios acompañados de una calidad por lo menos cuestionable son inversiones más seguras que tener contento al personal, así que todas las sucursales de las grandes marcas arriesgan el mínimo.






 
La elección depende de muchos factores: la distancia, las ganas, el precio,… y la decisión sólo depende de cada persona, pero si alguien quiere un trato amable y de confianza, le recomiendo que se pierda por las viejas calles del casco antiguo y experimente la sensación de pasear entre sus puestos, entre sus colores,… entre la personas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario