lunes, 25 de octubre de 2010

Una tarde frente a las murallas








ALLÁ voy, allá voy, piedras, esperen!

Alguna vez o voz o tiempo
podemos estar juntos o ser juntos,
vivir, morir en ese gran silencio
de la dureza, madre del fulgor.

Alguna vez corriendo
por fuego de volcán o uva del río
o propaganda fiel de la frescura
o caminata inmóvil en la nieve
o polvo derribado en las provincias
de los desiertos, polvareda
de metales,
o aún más lejos, polar, patria de piedra,
zafiro helado,
antártica,
en este punto o puerto o parto o muerte
piedra seremos, noche sin banderas,
amor inmóvil, fulgor infinito,
luz de la eternidad, fuego enterrado,
orgullo condenado a su energía,
única estrella que nos pertenece.

Pablo Neruda

martes, 12 de octubre de 2010

Viaje al país de las maravillas


Por fin llega el mejor momento del día. Mi larga y dura jornada termina cuando apago la luz y empiezo a contar estrellas cuyo reflejo en el charco que la lluvia perspicazmente ha creado, multiplica considerablemente su número.
Poco a poco mis ojos ceden al cansancio hasta un estado en el que no distingo realidad de ensoñación.

Un rayo de sol, música de fondo y un encantador olor a tostadas, son mi infalible despertador. Tras una ducha, una pelea con el montón de ropa y un café, me dispongo a emprender mi camino como cada mañana. - ¿Estás segura de que no te dejas nada? - se dirige a mí una voz. Cartera, móvil, llaves 
-Un momento...¿quién se supone que eres tú?
-¿No sabes dónde está?
-¿Qué?
-¡Tu cabeza!


Volviéndome hacia el espejo, allí estaba yo; un cuerpo que mantenía el equilibrio en una realidad distorsionada. ¡No puedo perder la cabeza!
Subí las escaleras de vuelta a mi habitación sin dar crédito a lo que estaba sucediendo.


Tras el último escalón, no encontré lo que esperaba, pues un interminable corredor me engullía hacia sus entrañas. Mi miedo era evidente pero la adrenalina, la intriga, el devenir de semejante aventura, movían a toda prisa mis pies.
Pese a que el camino no tenía pérdida, un número cada vez mayor de señalizaciones amarillas agobiaban el espacio.


A lo lejos, vi la luz y corrí y corrí haca ella. Casi sin aliento descubrí un enorme jardín guardado por un gran dragón que, pese a su sobrecogedora afilada dentadura, yacía manso sobre el enorme lago.


Tras él, una luminosa puerta roja daba la bienvenida al palacio de Metrópolis.

En una preciosa sala de baile, la Reina Blanca me esperaba - Justo a tiempo, Carmen -
Un estruendo ensordecedor apagó las luces y, después, el silencio lo envolvió todo.


Poco a poco fui abriendo los ojos y mi cabeza estaba allí, donde la había dejado, en las nubes ya que estaba amaneciendo y las estrellas habían desaparecido.


Como cada mañana, esta vez sí que sí, la rutina seguiría su camino y yo anhelaría que cayera la noche y con ella una nueva aventura.