miércoles, 17 de noviembre de 2010

Señorío de Otazu

Allí nos encontramos, en el lugar que iba a suponer nuestra última aventura del curso y sin embargo una de tantas con nuestra cámara al cuello.
Comenzó con espectación, pues dos grandes guerreros flanqueaban la entrada al Señorío de Otazu


Pero conseguimos colarnos ya que sus miradas estaban puestas en el horizonte, donde se perdían los límites de los viñedos.
El camino no tenía pérdida; el manto de hojas amarillas y el aroma que ya se atisbaba nos guiaron hasta los mayores secretos que el "chateau"guarda.
Al principio la luz era muy tenue y no lográbamos hacernos una idea de lo que ante nuestros ojos iba a aparecer.


Surgieron de pronto interminables filas de barriles como si del mayor tesoro se tratara compitiendo en protagonismo con el enorme espacio de hormigón cuyas formas abovedadas recordaban a las naves de las catedrales.

A pesar de que estructura y barril están compuestos por elementos bien distintos, sus texturas parecen estar intercambiadas. Sorprende la uniformidad de la madera en contraposición a la rugosidad y despiece del hormigón.




Entre olores, fotos e historias el tiempo se pasó volando y como si de un telón se tratara, las luces cayeron y con ellas nuestras aventuras fotográficas. Afortunadamente, éste sólo es el fin de la primera parte.


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